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El futuro del español es su prestigio

El español llegó muy pronto a algunas cosas y muy tarde a otras. Al prestigio llegó pronto. La gramática de Nebrija no solo va a ser la primera de una lengua romance sino el modelo para las demás. Y la autoridad de la erudición se iba a unir a la pujanza de la política para, como suele ocurrir, terminar impregnando las costumbres. Así, en el XVI, el español será lengua de prestigio en el país, Italia, que por entonces sellaba los prestigios. Castiglione recomienda su uso. El “castellano”, escribe Valdés, es signo de “gentileza y galanía”. Flandes, por su parte, imprime las primeras gramáticas destinadas a extranjeros, “incluso en los días en que el luteranismo y el deseo de independencia’, afirma Lapesa, ‘atizaban la rebelión”. Y si en ese mismo XVI, “el interés por la lengua francesa fue rarísimo en España”, Cervantes, ya en el XVII, nos cuenta que “en Francia ni varón ni mujer deja de aprender la lengua castellana”. Aunque fuera, según el gramático – y traductor de Cervantes – Oudin, “la lengua de nuestros enemigos”.

Nada de esto suele saberse: el español llegó pronto también a su descrédito. Si ante el senado veneciano, el embajador de España era el unico que hablaba en su lengua, no hace tanto podíamos encontrar a representantes hispanófonos que, en reuniones, preferían mostrar su inglés o su francés. Quizá disguste, pero no debiera sorprender. Acostumbrados a asociar el español con noticias positivas, es fácil olvidar de dónde venimos. Hoy hay decenas de universidades donde cursar español en Reino Unido, pero hasta avanzado el XIX, los estudios españoles no merecieron el interés universitario. “El español”, escribe Ann Frost, tuvo que luchar “para ser reconocido como parte válida entre las lenguas establecidas, francés y alemán”. Se creía “un idioma minoritario, que no tenía literatura” más allá del Quijote. Con frecuencia, además, el interés por lo español era el tipo de interés que uno nunca querría: el hispanismo del XIX será ante todo un entusiasmo romántico que contribuyó a fijar una mirada folklórica y condescendiente que asentaba la hegemonía cultural anglosajona. Por cerrar volviendo a Italia, cuando los hispanistas del país fundan su asociación en 1973, casi tienen que alegar que, al fin y al cabo, el español es una lengua romance.

No extraña, pues, que a difundir el español también llegáramos tarde: la Dante se funda en 1889, el British Council en 1934. El Instituto Cervantes (a efectos de transparencia, institución en la que trabajo) se funda en los noventa. Podemos pensar que hemos compensado llegar tarde con tomárnoslo en serio: ninguno entre nuestros últimos gobernantes habría negado que el español es nuestro activo más trascendente a ojos del mundo. De hecho, ahora el Instituto Cervantes tiene presencia en cincuenta países. Los buenos números del español a escala global, en todo caso, no deben causarnos embriaguez. El español es materia propensa a genialidades y efectismos: en 2014, tras años sin priorizarlo, la euforia de los datos propició el lanzamiento de una plataforma Español Global que se acabó en el mismo momento de lanzarla. Tomar en serio es priorizar y poner recursos.

En estos meses, dos libros, Los futuros del español y Panhispania, desmenuzan los datos que, más allá de los titulares, recogen los Anuarios del Instituto Cervantes. Es un panorama muy matizado. El crecimiento del español a causa de la demografía va a ralentizarse, pero hay mercados – Europa, Brasil, África subsahariana – aún prometedores. ¿Ciencia? La menor visibilidad de la ciencia en español perderá relevancia conforme avancen las tecnologías y la lengua de publicación deje de ser un indicador. ¿EEUU? Los hispanos han perdido competencias pero también ha perdido complejos. Dos valores del español: su homogeneidad. Y – frente a otras lenguas internacionales -, la comprensión del mundo hispánico como un todo naturalmente interrelacionado.

¿Qué hacer ahora? Los productos culturales más exitosos en español responden a sus propias lógicas de mercado. Los poderes públicos, en cambio, deben afrontar la expansión del español desde el prestigio o – como leemos en Los futuros del español -, la valoración. Las tecnologías van a reorientar el acercamiento al español desde su vertiente más instrumental a una más asociada a la cultura y los valores. El español se ha de difundir junto a la cultura que lo valida, reforzando los valores positivos a los que se asocia.

Un paso conveniente es aliarse con países hispanófonos para un mayor uso y reconocimiento en el sistema de Naciones Unidas. Más. Ante todo, apoyar al hispanismo: es el mundo académico el que prestigiará el español. Promover la creación de cátedras, plazas en departamentos y lectorados, y establecer grupos de interés en universidades estratégicas: labor que debe hacerse con el sector privado. Más: colaborar en formación de profesores con los distintos sistemas educativos. Apoyar la certificación mediante la exigencia – como en otros países – de un nivel acreditado para estudiar en nuestras universidades. Incrementar la dotación de las ayudas a la edición. Y promover el modelo de secciones españolas en colegios públicos de otros estados. Son acciones concretas, no fantasiosas, pero sí requieren de la energía de una política de Estado. Todas van dirigidas a afianzar el prestigio por el que una lengua que ya es práctica se convierte – como el francés en su día – en deseable. No es tarde para hacerlo.

 

 

 

 

L'autore

Ignacio Peyró
Ignacio Peyró (1980) è Direttore del Instituto Cervantes di Roma. Ha studiato lettere e biblioteconomia presso l’Università Complutense di Madrid. Come giornalista ha scritto per le principali testate nazionali come El País (di cui è collaboratore fisso), El MundoABC La Vanguardia. Ha fondato il giornale online The Objective e la rivista culturale Ambos Mundos, e ha diretto la Nueva Revista Digital. Ha pubblicato svariati volumi, tra cui Comimos y bebimos. Notas de cocina y vida (2018), Un aire inglés: Ensayos hispano-británicos (2021).