Federico García Lorca en un fragmento inédito opinaba lo siguiente: “Se puede agrupar a los poetas por el elemento natural que aman o prefieren, y se puede medir su valor por el dominio con que lo expresan o su capacidad respiratoria de buceadores”. En tus poemas tierra, agua, aire y fuego cobran un significado original y primordial; poesía de los elementos, del cosmos. El mundo natural se forja ante nuestros ojos y lo reconocemos en sus olores, colores, ruidos. Y sin embargo la tuya no es una poesía ‘descriptiva’; la naturaleza se descompone, se despoja, se depura, se hace esencial. ¿Cómo definirías tu relación con el entorno? ¿A cuál elemento te sientes más afín?
Creo que esta es una pregunta esencial e importante en lo que a mi escritura poética se refiere. Tan importante que no es fácil de contestar de una manera sencilla. El poeta es por decirlo de alguna manera el pájaro, pero no el ornitólogo, el pájaro canta y vuela, pero no puede explicar por qué canta y vuela, y el ornitólogo apenas lanzar algunas conjeturas acerca de este hecho, y que en la mayoría de los casos están erradas. Por decirlo de alguna manera: todo mi drama poético se desarrolla bajo el cielo, al aire libre, si el pathos fundamental de mi poesía es la muerte, el espacio de la naturaleza, los espacios a campo abierto me sugieren o me dan todos los materiales necesarios para el relato poético que nace de esta extraña obsesión por esa dialéctica tan esencial y humana que se produce entre la vida y la muerte. Para esto la observación es fundamental, pero a la vez que estás observando el horizonte o una montaña, o la línea de un camino que atraviesa un espacio sinuoso, o el curso de un río, también de alguna manera te estás observando a ti, todo puede participar de esa extraña alegoría: tú eres el paisaje, tú eres o estás en todo eso, y a la vez vives el drama, a la vez vives dentro del poema, el poema entonces es más real que tú, porque de alguna manera en él trasciendes. Un ejemplo de esto sería lo que a continuación expongo: el aire es mi amor por las cosas, es así, diría que es así, se mueven, mi amor o mi ira lo mueven, que no se rompan en los aires, se mueven solas y no se ve el aire. O en este otro ejemplo: como los árboles llenos de nieve he estado en todas las cosas, pero las palabras no tienen sombra, ni cuerpo, son el Tamashī, el ojo se pudre de mirarlas. Creo que mi poesía, o más bien mi poética nace de la observación y a la vez del extrañamiento y del entrañamiento que experimento en los espacios abiertos.
Un aspecto fundamental de tu poesía es su carácter fluido o líquido. Su deslizarse de un libro a otro sin solución de continuidad. Un libro tuyo no es un poemario cerrado y definido o definitivo. Es una entidad viva, que se renueva constantemente alimentándose de viejas y nuevas visiones y palabras. Tus poemarios El agua y Eulalia son un ejemplo de este proceso de metamorfosis del texto. ¿Cuál es tu relación con la escritura y la reescritura?
Entiendo mi escritura poética, mi poética, que no mi poesía –el poeta no posee finalmente ninguna poesía, o a la poesía, no hay ninguna relación de posesión entre ambos, como mucho el denominado poeta es un operario, alguien que opera a través de una poética en la realidad del mundo, y es ahí, en esa realidad donde le poète, a través de su escritura poética intenta de alguna manera llegar a lo fatal o a lo que erróneamente llamamos poesía; el poeta nunca escribe poesía y sí a través de una poética, una realidad del mundo–, yo entiendo esta poética, la mía, como un proceso, la escritura del libro, no de los libros, un solo libro que se va constituyendo, que se va escribiendo, que está vivo, este libro se va publicando por partes cada cierto tiempo. También debo admitir que no siempre fui consciente de esto, me di cuenta de ello en mitad del proceso, me sorprendió. En un poema reciente que comencé con una cita de San Juan de la Cruz “¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche!” este es el lema, el libro: la escritura es la fuente que no deja de manar, la noche la conjunción de luces lejanas. Esta oscuridad sería humus, tierra, deja ver lo lejano, para ti una especie de alma, la esfera son llanuras, por contraste, desapareces en ellas y sale el ave de la piedra, al llegar arriba estalla en un azul muerte, como la colección de luces de Caballer, el sol también se mueve, se desnuda un hombre ante una mujer, qué cosas le dice una vez ha dejado su ropa en el suelo –no puede moverse, no existe el movimiento– se ha descalzado, calla, abre mucho la boca para que ella vea el sol dentro, ella lleva ahora el abrigo de él, le queda grande, camina hacia la ventana y lo arrastra, los bajos del abrigo se llenan de polvo, se siente amenazada, las cuatro palabras que logran decirse son negras, el silencio se quiebra en las paredes, la ventana, la lluvia, los límites, finalmente ella dice allí, siempre se queman esos campos, lo llamamos amor, los prenden, nadie acude, se apagan solos, el mar quedó aplastado por el cielo, está oscuro, no es luz olvidada por los dioses en sus mangas de ceniza amarilla, es tinta y la misma oscuridad en la que me entrañó el día al atravesar el Royal red and blue de Rothko, ese rojo ardiente era infinito, al final venía el azul apagado, y unos días después el futuro, me llamó por teléfono: llueve en el infierno, todos los días son un infierno de lluvia, de ahí que la orografía sea importante, sobre todo cuando se ha quemado el mundo en sucesivos incendios, ahora puedes reconocer con la mirada cómo fue todo al principio, así era, y parece que será durante mucho tiempo, se ven a los gigantes movidos por ondas de ultrasonido, no son lentos como parece, un paso suyo vale cien tuyos, se caen y los levanta el tiempo, las nubes de polvo al caer al suelo de los gigantes, hasta que se posa el polvo negro pasa todo un invierno, la ingravidez en las casas de los amantes desconocidos, no hay mares, las ondulaciones del terreno y las crestas de rocas descompuestas, ya estoy lleno de pasado, parece un tiempo que se quema por sí solo, es un único relieve modelado con la extraña fuerza de la esperanza, cuando terminé de escribir en la pista de aterrizaje me fui, el hombre que me vigilaba, el dueño del tiempo me siguió durante todo el viaje de regreso, nunca fui capaz de verlo, jamás me volví para ver cómo era, pero se le oía: soy yo el que te dicto y te vigilo, en ese momento yo ya estaba saliendo del Royal red and blue de Rothko y me deslumbró el sol fuerte de la mañana. Un libro nunca se acaba, yo solo escribo un único libro. Así lo siento.
Se suele pensar que la poesía fija el instante y supera el tiempo en la medida en que eterniza el momento. En tu caso, me parece que asistimos a un proceso mucho más complejo, ya que el texto está sometido al tiempo de su creador, que vuelve sobre lo escrito y, cambiándolo, lo desvía de su línea y le asigna otra trayectoria, prolongando su caducidad, hasta que la misma mano no establezca otro comienzo y vuelva a plasmar otra forma y otro destino. O sea en tu poesía el valor eternizante de la palabra poética no estriba en la fijación inamovible del texto, sino, más bien, en su propio movimiento. Es un tiempo circular más que linear. ¿Cuál es tu relación con el tiempo real y poético?
Creo que esta es una relación inconsciente, no está programada, más bien se produce de manera azarosa, es el resultado de un proceso que yo no domino, pues la escritura, la poética en la que entraño termina dominándome: en este poema titulado Principio se da esa relación de temporalidad y atemporalidad a la que tú aludes de manera tan aguda:
Principio:
al final
del libro decía –tú– mientras
hablaba
de sí
mismo
se secó,
a lo lejos el mar brilla,
anda,
ve.
Principio y final en este poema se han convertido finalmente en un mismo espacio: lo que cabe dentro de ese principio y de ese final es toda una vida, también hace referencia a la atemporalidad temporal de la escritura de un libro, ese libro es toda la existencia de alguien, del que lo escribe, del que lo vive. Podríamos haber cambiado principio por final: en mis poemas el tiempo a la vez va hacia atrás y hacia adelante, avanza en la medida en que retrocede: lo visionario necesita de un tiempo circular: en el poema, en mis poemas, el tiempo gira, el levógiro extraño de la existencia mide el tiempo de la memoria.
Otra cifra estilística de tu poesía es la libertad de la palabra que –a medida que se desprende de las riendas de la sintaxis, de la gramática y de la norma– se hace fluida, enigmática y esencial. Tu lengua poética no solo plasma sino pronuncia la realidad exterior y le da una forma acústica precisa. En tu poesía se mezclan a menudo diferentes idiomas, en un diálogo de superposiciones y yuxtaposiciones lingüísticas (alemán, italiano, latín, inglés, francés, japonés, etc.). ¿Cuál impulso te invita a viajar por las múltiples geografías de la palabra?
No lo sé exactamente. Ocurre que el proceso de escritura se mantiene vivo gracias a la extrema libertad con la que uno lo emprende: si no me sorprende me aburro. Muchas veces debo afrontar el poema con grado de abstracción: de esa manera el poema lee mejor el cielo; el cielo, los campos giran, los poemas son refracciones, le goût de la mer en le sel du mal, guía al charrán, esas flores son flechas, en lenguaje alpino Pfeilen, el resto abono, culpa. Todas las palabras tienen una relación entre sí, en todas se esconde tu alma, todas las palabras están llamadas a copular en algún momento de tu vida, todas pasarán por ti en algún momento extraño y diverso. Emily Dickinson escribió que el poeta enciende la luz y luego se desvanece. Pero la luz sigue y sigue. El poema puede apagarse solo, pero tú, yo, creemos que echamos en él palabras que nunca dejarán de arder.
En tus poemarios se mezclan unos poemas en versos breves que destacan con carácter asiomático en la pureza diáfana de la página, y otros que ocupan todo el espacio tipográfico, fingiendo una prosa que es sólo un espejismo, porque sigue teniendo un ritmo poético intrínseco que aleja el texto de lo que comúnmente se define ‘prosa poética’. ¿Cómo definirías, por ejemplo, los textos “Saudade”, “La fiesta” o “Un largo muro” que aparecen en El agua?
Diría, hoy lo digo, mañana quizás no, que se trata de textos de indagación, de búsqueda, esa búsqueda necesita un mayor recorrido, una escritura que quiere estirarse, que no sabe cuándo detenerse, que necesita contar algo, que nace precisamente del asombro que produce la existencia, en estos textos también hay celebración, y esa celebración necesita ser compartida, que sea escuchada y contemplada: hoy lo pienso así, pero como a las tormentas nocturnas, les abres la puerta, no puedes guiarlas, se mueren solas. A veces hay que escribir disfrutando de la propia experiencia del vivir.
Se percibe una honda espiritualidad en toda tu obra; de tus versos aflora una especie de simbolismo místico y panteista. ¿Es cierto?
Sí, y cada vez más, soy un hombre religioso en cuánto mi religión es la poesía: para mí la poesía tiene un profundo sentido religioso, ella una religión en sí misma: me hace entender mejor el mundo, ella emana de un profundo misterio donde ya no hay dioses: pero el misticismo al que juego, en el que quiero vivir es a su vez un misticismo causal y nada religioso, solo profundamente humano. Mirando el cielo siente mis pies pegados a la tierra. En cierta forma entiendo mis poemas como rezos ¿a la nada?
Alda Merini, que tú conoces y aprecias, amonestaba a no intentar asir a los poetas “porque se os escaparán de entre los dedos”. Un poco como el agua ¿no? ¿Podrías definir tu forma de ser y sentirte poeta?
Siempre la he definido desde la extrañeza de la existencia, y vivo con intensidad ese extrañamiento desde un entrañamiento radical. La existencia me parece maravillosa y extraña. Me considero un poeta en cuánto trabajo con palabras luxadas, un poema, la helicoidal caída de la nada la guía el rabillo de nuestras palabras.
Hay algo de ‘locura’ visionaria en tus poemas; esa capacidad extraordinaria de ver lo que los demás no perciben, o perciben sólo parcialmente. Como el Quijote eres un poeta errante que intenta compartir su mundo real y onírico con los demás. ¿Cómo vives esta condición ‘privilegiada’ y enigmática?
Creo que esa ‘locura’ a la que aludes es más bien una extraña lucidez: año seco libre de pecado, el ojo tuerto del cielo, come estrellas de mar, la forma no importa, todo principio es veloz. Sin movimiento no hay quietud.
Lo más llamativo de tu voz poética es su carácter singular y universal a la vez; su nadar contracorriente respecto a grupos, etiquetas, tendencias, generaciones. ¿Cuál es tu relación con la poesía contemporánea?
Es total, soy un poeta contemporáneo, pero no soy un poeta gregario. En este sentido mi maestro es o ha sido José Ángel Valente, y otros poetas de esta estirpe. En la poesía solo se puede estar solo, pero esa soledad en relación a grupos y generaciones apenas ha sido escogida, o impuesta por mí mismo. Me la he procurado de manera natural, es connatural a como entiendo la escritura poética. Tengo amigos que también escriben, pero en su mayoría esos amigos también están solos: archipiélagos de amigos.
Ángel Luis Luján, hablando de tu libro El agua, afirma que “lo que su poesía nos descubre no puede ser mostrado de otra forma; lo que al lector le espera es una experiencia única, y quizás su única salvación”. ¿La poesía puede ser una forma o un espacio de salvación?
A veces creo o pienso que sí, que puede llegar a tener esa cualidad, pero enseguida me doy cuenta de que no es posible, apenas ayuda a salvarnos, y entonces me pregunto de nuevo: a salvarnos ¿de qué? ¿Hay algo de lo que el hombre deba salvarse? La poesía siempre nos está salvando del instante, solo del instante, pero la acumulación de instantes, de minúsculas salvaciones de instantes no nos salva de modo alguno del todo. No existe eso que llamamos salvación, existe la consolación. ¿Y puede llegar a consolarnos esto? La atención absolutamente pura y sin mezcla es oración decía Simone Weil. A él le entregaban las últimas palabras del mundo al dios de las tinieblas, al final del viaje ellos hacían lumbre, a sus espaldas la noche número 14 de mil novecientos sesenta, chasquidos de guijarros y chispazos en el cielo, al que curaba con palabras no le sanaban las suyas, ni las de los otros, pro-curaba no herir, no hacer daño con ellas, las últimas palabras del mundo se quemaban rápido en el aire, no herían a Margarite, pero el aire no me sostenía en el aire, no me sostenía, ni siquiera quise borrarme del todo al escribir mis miserias, una raya que separe esto de lo otro, lo terrible de la raya es su principio y su final, pero el aire no me sostenía en el aire, una raya lo más larga posible, y me siento bien con mi sombra al otro lado de la raya, luego doy unos pasos atrás, pero el aire no me sostenía en el aire.
L'autore
- È professoressa di Letteratura spagnola all’Università degli Studi di Bari. I suoi interessi gravitano attorno alla poesia e al teatro del Siglo de Oro e dell’epoca contemporanea. Ha pubblicato tre libri di poesie in spagnolo: Ecdótica del amor (Sial Pigmalión, 2014, con prologo di José Lucía Megías), Período (hipotético) (Amargord, 2017, con prologo di Agustín Calvo Galán) e Horizonte inerte (Madrid, El sastre de Apollinaire 2019). Traduce poesia dal e al castellano. Tra le sue traduzioni – oltre alle antologie degli incontri di poesia “Nací el 21 en primavera...” che organizza biennalmente a Bari (La rosa inalcanzable, Sentieri meridiani Edizioni) – si ricordano: Giovanni Caravaggi, Desde las riberas /Dagli argini (Madrid, Legados, 2014; traduzione dall’italiano allo spagnolo); Aurora Luque, Los limones absortos. Poemas mediterráneos (Fundación Málaga, 2016); Miguel Ángel Curiel, Fábrica de la seda / Fabbrica della seta (El sastre de Apollinaire, 2017 e Zaragoza, Pregunta, 2019 – seconda edizione); Mar sin fronteras. Antologia liquida di poesia spagnola contemporanea (Bari, Stilo Editrice, 2020).
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